Chronicle #6 (La mujer del abrigo)

Posted by Ricardo Robles | Posted in | Posted on viernes, enero 01, 2010

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Hora: 22:12 hrs.
Ruta: 183
Boleto: NO
Transvale: SI
Letreros: 1. Nos estamos esforzando en servile mejor, favor de reportar a (tales números) si el conductor, llama por celular, está distraído, niega el servicio, no da el boleto o de otra denominación, maneja distraído o trae acompañantes.

Vaya cosas tan comunes y tan extrañas las que suceden diariamente, esta noche llevaba algo de colores en las luces de la ciudad, poco a poco se fue haciendo gris. Fue derrepente que un pasajero olor a saliva seca abrió mis ojos. Ocupó su lugar en los asientos de la izquierda a tan solo una fila de distancia de la mía. Era un abrigo largo con botones grandes y gruesos, todo en color negro, el de la mujer que se abrió paso con sus dos bultos bien agarrados. El abrigo le llegaba bien abajo, cerca de los tobillos, estaba abotonado desde el pecho hasta la cintura. Se sentó de una manera bastante curiosa, recargando la espalda en la ventanilla abrió la pierna derecha y subió la rodilla al asiento. Su pie no llevaba calzado y el abrigo abierto mostraba sus delgadas piernas, la izquierda más arriba de la rodilla. -Ciertamente no había pruebas visibles de la ropa que cobijaba el grande abrigo negro, mucho menos si es que había más ropa debajo- El movimiento de sus labios la delataban rezando algo.


Se levantó y pasó a la pareja de los duros asientos de enfrente, los amarillos, los preferenciales. En la oscuridad de la media luz roja de los foquitos del camión pude distinguir apenas que el abrigo tenía una cola como las de los faldones de un frac. En ese momento el cobrador -del que ya me he ocupado de describir sus funciones- se echó al piso a la luz de las torretas de una patrulla de vialidad y se arrastró de sentaderas hasta los escalones donde se sorprendió de que del otro lado de la puerta tocaran solicitando abordar el camión, el operador abrió las puertas, entró el nuevo pasajero, él bajo y volvió a subir -erguido y con una patética actuación- ya ahora como pasajero, payaseando ante todos los presentes, se tomó del tubo y a un par de cuadras se sentó, luego regresó a su lugar -la derecha del conductor-.


La mano de la mujer del abrigo volvió a llamar mi atención cuando pareció que había aventado algo a la ventana que estaba de mi lado del camión. Dejó de susurrar sus oraciones, pero ahora se dedicaba a limpiarse la cara con la mano que le quedaba libre -la otra sostenía las dos bolsas de plástico- la operación era -como toda ella- extraña: extendía bien la mano desde las sienes y deslizándose por la nariz -con pulgar y meñique como tentáculos incansables- eso que tanta molestia le causaba, luego, lo aventaba a un lado, a otro, se lo retiraba, ¡estaba tan molesta! -Su repetida acción se asemejaba a la insoportable y desesperada manera en la que uno se trata de quitar una telaraña de la cara-. Además de esto, le presionaba la cabeza con la mano derecha sobre la coronilla. En el pecho, al mismo tiempo, parecía que le brotaban interminables telarañas, pues lo mismo que en la cara hacía desde el pecho.

 
Despertó en mí gran curiosidad el personaje que estaba mirando, hice el cálculo de su edad por las arrugas de su rostro como único parámetro pues no había maquillaje alguno y su ropa no ayudaba tampoco al cálculo. Llevaba el cabello agarrado en un chongo -que alargaba su cuello-, sus ojos eras grandes y oscuros, no tendría más de treinta y cinco años de edad, confirmé su delgadez y su leve pero notoria suciedad. Comenzó golpeando su pie con el respaldo de los asientos de adelante, luego se volvió a calzar, apenas hizo a un lado su bulto para alcanzar sus agujetas. El cobrador se puso repentinamente de pie y se tomó del tubo fingiendo una vez más. -Las torretas de otra patrulla se hicieron presentes dentro del camión reflejándose en todas direcciones.

La mujer luego se comenzó a limpiar con el dorso de la mano, la boca y la nariz, se olía la mano, frotaba su frente, se miraba los dedos y los olía, luego, volvía a aventar. Con las cejas bien arriba miraba al frente, a su alrededor -uno nunca sabe lo que el otro está mirando- ¿Sabría a dónde iba o de dónde venía? Se remangó el abrigo y luego mirando sus hombros se volvía a sacuridr desde arriba hasta los codos. -Arrancarse su maldición era su maldición-.


Dos niños acompañados de quien parecía ser su hermana se sentaron en los asientos de adelante. La hermana al poco tiempo y casi en la oscuridad total se volteó y dirigiendo su mirada a la mujer del abrigo le dirigió su palabra. Tuve miedo de que la mujer molesta como estaba y tan ocupada en deshacerse del sus sombríos badajos de maldición respondiera violenta, o que simplemente no contestara inmersa en el mundo de sus fueros internos. Pero ella respondió, alcancé a escuchar muy apenas, solo se que pasa por Sta. Anita, pregunte al chofer. Y levantaba los labios como haciendo trompetillas.


Probablemente vagabundeaba, ¿sería la loca del pueblo? ¿porqué la delgadez y el polvo impregnado en la piel es tan diferente de las estiradas líneas marcadas de la delgadez embijadas de cremas para la resequedad de las ricas? ¿qué diferencia hay entre el que sueña mientras camina y el que camina soñando? ¿Libertad? ¿quien no quiere arrancarse del pecho y la cara las telarañas que nublan el caminar? ¿quien no se aferra a su par de bultos tanto que no puede siquiera sujetarse las correas del calzado? Esperando a que las puertas traseras del autobús se abrieran para bajar, su mano me dijo adiós, aventaba más de aquello.


El Peatón

Comments (1)

Me encantó, tantas cosas que avienta el mundo de diario.