La Gaveta

Posted by Ricardo Robles | Posted in | Posted on lunes, agosto 30, 2010

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San Francisco


Él volteó a San Francisco,
marcó su raya con los extractos del mar,
incenció la cocina, comió más jitomate y menos grasas,
se levantó más temprano y dejó el café.

Buscó incansable la muerte del agotamiento en
seis onzas de jugo de una fruta exótica colombiana.
Se quedó en la sala tratando de escribir,
de pintar, y no pudo más que perder el sueño:
se quedó despierto, como una momia, como ido,
como hueco.

Ella estaba verdaderamente enamorada,
entró en tierra negra y vísceras de cerdo,
se inmiscuyó en sus voliciones,
Le repartió sus llagas añejas en seis o siete bestias,
monstruos que disfrutaban de mirarlo desde la coladera,
el espejo, la ventana, la campana de la estufa.

A él se le metió por los ojos, por la boca,
por los poros de la espalda. Se le permearon los
aceites de su locura en las vibraciones del reclamo,
el premio y el castigo. Lo hizo servil y le destapó
las vasijas guardadas de los tiempos de la adolescencia
bien dolida y se ahogó en el vicio de buscar razones
que no dejaron de ser pretextos fallidos de irse y no volver. Leer Mas......

El Peatón Chronicles

Posted by Ricardo Robles | Posted in | Posted on lunes, agosto 30, 2010

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Chronicle #17 (La Vía Azarozus)


Ir al centro era todo lo contemplado en el itinerario. Lo que nos movía era ocupar el tiempo, andar por ahí y ver, conversar. Para mí, lo que miro en la calle siempre es material de conversación y, yo ya llevaba un par de semanas aborreciendo mis propias conversaciones. Cortarse el aburrimiento vía azarosus es la tablita salvavidas bendita de los de imaginación paralítica, y de los superdotados también...―Siempre hay algo, ¿no? ― dije, poniendo el cierre de semana en manos de la esperanza. A la distancia se podían ver las carpas y el escenario central de Plaza Liberación en su genérico color blanco, quizá herencia de las culturas orientales.

―¡Algo hay! ¬―dije, sintiendo que la suerte jugaba en mi mismo equipo. A-ver-qué-hay es la mejor disposición para el viajero en búsqueda de aventura, y esta vez (otra vez) no fue la excepción. De lo primero que apareció a nuestro encuentro fue un joven bigotón que ofrecía rusas de a cinco y de a diez. Honestamente, también un espantoso olor general en el aire. Compramos una rusa bien llena de hielo en vasito mediano y comenzamos con el papaloteante ritmo cansado de caminar: estas cosas, para hacerlas bien, hay que bajarle por lo menos dos rayitas a la velocidad del andado.

Villa Guerrero, Colotlán, Totatiche -yo sabía de Teocaltiche-, Encarnación de Días (La Chona), Chapala, La Barca, entre un montón de otros lugares era lo que se leía en las marquesinas de los puestitos acomodados en herradura cuadrada de la plaza. Todo se trataba de una expo turística municipal del estado de Jalisco. No recordaba que Jalisco tuviera tantos municipios, ─qué decepción para Leo, mi maestra de segundo grado de secundaria, y para Dolores, la de tercero de primaria, que tanto se esforzaron. Los stands, más o menos grandes, tenían sus mesas repletitas de folletos de todos los tamaños, y aunque entre locales se repetían algunos, se aferraban por que los paseantes se llevaran, no uno, sino toda la pila que cada puestecillo ofrecía. Cada pueblo, ciudad y municipio personalizaba su espacio: magueyes, paja, tapetes, artesanía, salsas picantes en botellas chicas y grandes. Todos elementos que hacían la diferenciación entre puesto y puesto ―los folletos no siempre ayudaban.

Comenzamos la caminata por uno de las aristas de la exposición, doblamos en la esquina y ahí en la parte central nos encontramos con el más delicioso chocolate de mesa: se trataba de la pasta artesanal de chocolate más deliciosa que he probado. Apartamos dos barras que casi escurrían su aceite vegetal en el papel revolución que los envolvía. A un lado, estaba un puesto de artesanía huichola con increíbles diseños en chaquiras.

De regreso al epicentro del movimiento, en el escenario vimos a un grupo de pequeñas -y otras ya no tan pequeñas- bailarinas que ante un público diverso mostraban sus habilidades, a manera, quizá, de cierre de curso en sus clases vespertinas de danza egipcia, hawaiana, árabe. En el ala derecha de la cruz que se podía formar entre los módulos de exposición y el escenario, unas niñas se cambiaban el vestuario a plena luz de sol, siendo insuficientes las integrantes del equipo para hacerse una mampara humana. Me atrevo a decretar ese día como el comienzo de la caída vertiginosa del belly-dance. Y me refiero a la caída de ese estante en el que bien sentado estaba, el estante de lo exótico, lo promiscuo y salvaje de la seducción de tierras las paganas. Niñas semidesnudas de caderas que parecen tener vida propia a unos pasos de catedral, en un evento público, no dan para considerar otra cosa. Por otra parte, de la relación entre el baile de estas jóvenes vedettes y la expo turística, creo que no hay mucho qué decir.

Rondamos un poco más por los pasillos encontrando más folletos y otras cosas también. En uno de las laterales, entre puestos prácticamente abandonados, se erigía uno con quizá el mayor número de visitantes masculinos. Ni yo recuerdo el nombre del lugar representado, pero la cola de visitantes si no era larguísima se mantenía exitosa y continua. El grupo de catadores aficionados mantenían permanentemente una fila de ocho personas, los responsables de la mejor estrategia mercadotécnica obsequiaban pequeñas y repetibles muestras de mezcal. Se escuchaba: “Y… ¿Esto qué es?”, “¿Dónde lo hacen?”, “¡Está bueno!”, “¡Sí está bueno!”.
Después de la prueba gratis en jarrito de barro acordonado, volvimos al escenario principal. Esta vez, un animador con su voz y tono de animador ―era obvio― alentaba al publico a aplaudir, a decir que las niñas estuvieron fenomenales y que se la estaban pasando bien. De repente tenía a tres niños arriba del escenario. ―Tenemos unos premios padrísimos― decía el hombre con el micrófono. Organizaba un concurso de baile libre sobre la pista que el DJ escogiera ―esto también es obvio―. El primer niño le raptó la atención a toda la Plaza Liberación cuando al ritmo del uno-do´-tre´-cuatro se arrebataba la playera y la lanzaba al público, en su mayoría conformado por padres de familia y otros niños. Las otras dos niñas tuvieron su oportunidad meneándose sin mucho que hacer contra el striptease del primero. Luego se vino la premiación. El animador haciendo su trabajo apeló a la voz del pueblo para elegir al ganador. ―Amiguito, ¿dónde está tu mamá?― dijo, seguido de las risas de la audiencia. ― ¡Ya le dio frío! ― continuó, pidiendo auxilio de quien tuviera en su posesión la prenda que le faltaba. Luego recordó las bases del concurso y anunció que uno de los tres se iría a casita sin premio a pesar del excelente desempeño de todos en el escenario. Por obvias razones el reguetonero se llevó las palmas y el premio del que no me enteré por andar platicando con un joven que regalaba pulseritas y llaveritos de los juegos panamericanos próximos.

Al fondo estaba un stand de una agencia de viajes. Me pareció que era un estudiante de turismo quien atendía a los paseantes, llenándolos también de los mismos panfletos y otros con eso que le dicen “información turística”. Posters de playas no jaliscienses era la escenografía de fondo. Yo veía qué ver entre lo que parecía ser nada interesante, mientras dos mujeres indígenas se acercaron un paso atrás de nosotros. Vestían, como es costumbre, en ropas tradicionales y de muchos colores y se susurraban en su lengua madre. Una tenía un grande manchón de leche materna en su blusa verde: cargaba a un pequeñito que sudaba notablemente. Observaban con detenimiento al igual que yo las plumas y suvenires. El estudiante a cargo del stand se dirigió a ellas: ―¿A dónde se quieren ir?― les dijo, y balbucearon sacudiendo la cabeza. ―¡Ah!, nomás están viendo…― titubeó. No sé si esperaba que preguntaran por los vuelos en promoción para ir a Yucatán y de pasada visitar Chichen Itzá; a fin de cuentas indígenas, ¿no? Les debería interesar conocer sobre sus raíces.

Habiendo recorrido el noventa por ciento de los stands, decidimos ir a refrescar la garganta con una michelada en Las Sombrillas. Cruzando Fray Antonio Alcalde y su barda de sonido vial, entramos en otra atmósfera. La voz amplificada de un hombre chaparrito ocupaba todo el aire de la plaza. Era un predicador guadalupano merolico, que iba de un tema a otro como fuego a discreción. Le dirigía la palabra ―y la palabra de Dios― a unas cuatrocientas personas que pasaban su fin de semana sentados, comiendo, platicando. Mientras embarraba de cátsup unas papas a la francesa compartidas, escuché: ¡No es discriminación! ¡Es sentido común! Desde luego, su discurso, rosaba de lado y con la autoridad de un miope convertido por el pecado de la homosexualidad. Después de más de dos horas de ser apedreado por su gritería, me preguntaba: ¿alguna vez en la vida, éste hombre habrá escuchado del domingo en santa paz?

Antes de que cantara un gallo apareció frente a nosotros un hombre sumamente delgado, vistiendo shorts blancos y blusa verde pistache. Debajo de su frondosa cabellera roja, sus cejas delineadas nos saludaron; sonreía a los consumidores del restaurante y se dirigía a nosotros de la siguientes maneras: “Amigo, tu que tienes cara de modelo…”, “Hola guapo… regálale a ésta preciosa una flor!”,“Oye amiguito, tú que te ves como artista de Hollywood…”. A mí me tocó el cumplido de la de cara de modelo, me sacó la carcajada y una cooperación. “Estoy juntando dinero para la casa X, es para enfermitos de Sida… terminó”. Una labor silenciosa, amable, con sentido del humor.


Coincidencias azarosas, partes del caos de todo un centro urbano.
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