Chronicle #12 (The Reporter)

Posted by Ricardo Robles | Posted in | Posted on viernes, enero 01, 2010

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Ruta: 380Hora: 15:42 hrs.
Unidad: A-2178
Modelo: URBUS
Forma de pago: Transvale

Bien ubicado ya en mi asiento, y después de unos minutos de haber abordado uno de los buques de la flotilla de la muerte, vi cómo un hombre -carente de cualquier apariencia estudiantil- tras su mujer ofrecía su boletito rosado al chofer. Notable renuencia mostraba el operador del A-2178 para aceptar dicho papel como paga por el servicio ofrecido, cuando finalmente el hombre sacó de uno de sus bolsillos un paquete de hojas (unas color verde y otras del blanco común que suelen ser los papelitos vulgares) envuelto en una arrugada bolsa de plástico. Las mostró y fue entonces que pudo cruzar la difuminada línea que separa a los pasajeros del dictador del cajón de hojalata. Despejada la zona de acceso, de la cuarta hilera de la izquierda se puso en pié un personaje nuevo para éstas crónicas del Peatón.

Un hombre adulto, de lacio cabello y canguerera verde a la cintura -y para mi gusto de un símil al tipo argentino. Se acercó al asiento del chofer y comenzó un diálogo del que no pude escuchar prácticamente nada. En sus movimientos se le notaba muy exitado, molesto, pero no furioso. El chofer intercambiaba también cortas y largas frases al compás de constantes sacudidas horizontales de cabeza. El hombre, con la izquierda en el tubo, mantenía su valiente enfrentamiento verbal con el chofer. Había como de costumbre mucha gente en el pasillo, y a pesar de ello, alcancé a ver cómo -de quién sabe dónde- sacó una lastimada hoja blanca que ponía en las narices del chofer como todo un agente federal del FBI. Tal cual lo hemos aprendido después de tardes completas frente al Canal 5. El valiente finalmente regresó al pasillo con la estaca de la mirada del chofer en el retrovisor, que fabulosamente encuadraba sus poblados bigotes y cejas. Yo creo que más de la mitad de los pasajeros se dieron cuenta de la extraña riña, pues a todo esto le sucedió el curioso silencio que produce una situación imprevista.


-Tiene que, tiene que... Dice que no le importa, pero mañana ponemos el reporte, de eso yo me encargo- sentenció confiado y pelando los ojos a una mujer de raíces canas en la cabeza, quien sospecho fue su compañera de viaje antes de su irrupción en el cotidiano frena y acelera del 380. Yo todavía distaba a unas cuatro personas del hombre cuando se desocupó el asiento a mi izquierda que ocupé emocionado. Quizá así podría terminar de conjeturar lo que ahí sucedía. Saqué de mi mochila cuaderno y pluma ,y entre el murmullo y la temblorina del camión comencé a escribir lo que había sucedido mientras en el metro y medio de distancia se estrellaban o desviaban las palabras del hombre y la mujer.

-Sí, sí, sí andamos viendo si los choferes se paran en las paradas oficiales, si dan bien o no el servicio...- le escuché al hombre decir. -Y es rarísimo que sea un hombre mayor...- dijo bajando la voz el hombre.

-Los hombres mayores suelen ser educadísimos.- decía al tiempo que cerrando un círculo con el índice y el pulgar subía y bajaba lentamente.

-Si viera el 59-A... ahí todos son bien amables, yo me subo bien temprano, soy la única que se sube a esa hora y los choferes hasta te dicen: buenos días, que tenga buen día, cómo le ha ido... qué bueno que la vuelvo a ver... Amabilísimos- decía la mujer con acento de lavadero.

-No, no, no, qué bueno que me dice, porque a así como decimos de éstos, también hay que darles el crédito a quienes hacen excelentemente su trabajo- contestó el valiente quien parecía estar llegando a su destino.

-Esa es la consecuencia de trabajar en un trabajo que no les gusta...- Fue lo útimo que le escuché decir después de seguir conversando unos instantes más con aquella mujer que se veía tan interesada como yo en la plática y la aparición del confrontador personaje. Hasta aquí dudaba si el hombre era uno de esos inspectores de ruta, pero los inspectores se dedican casi exclusivamente a pedir de los usuarios sus tickets para confrontarlos con el rango de la numeración que el chofer tiene prensados debajo de su cajita para las monedas. Dudo, pues, de la veracidad de los datos que les comparto a continuación, ya que los pedazos de frases pasan todos a través del ruido y el movimiento, y uno tiene que echar mano de la imaginación para articularos a la distancia: resultó ser -según mi turbado oído- representante de un periódico local de renombre y una revista de la que no pude escuchar el nombre completo.

Cuando indicó a la mujer que bajaría yo comencé a escribir en otra hoja la dirección de La Exquisita Ignorancia y el nombre de la columna que quizá esté leyendo él mismo ahora. Al pasar me dirigí hacia él y le pregunté si era periodista, cuando respondió positivamente le hice saber del blog y la columna. -Hay que tomarnos un café, porque ésto está bien interesante!- eso fue lo que inmediatamente respondió. Le entregué el pedazo de hoja y me pidió mi número celular. -Te hablo y nos tomamos un café- dijo para finalizar el encuentro y bajó por atrás.

Más adelante, allá por el cruce con Av. Vallarta un hombre pidió un aventón al chofer. El chofer le respondió: -no te puedo dar raid, no te puedo dar raid-. Sabía que probablemente al a mañana siguiente su encuentro con The Reporter -como lo llamaré por ahora, pues desconozco su nobre- tendría consecuencias. Debo ser sincero aquí y aceptar que fue muy grato encontrar a The Reporter en la mera movida, poniendo el dedo sobre -casi- el mismo renglón que yo, mientras viaja en el transporte público.


El Peatón

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