Sabor a mí
Esa eras tú,
la frescura, la masacre, la más cándida y silvestre
esa eras tú, la primera en la mañana,
de amarillo y blanco, de rocío sobre los labios.
La más grande tentación para perder los estribos.
Me vaciabas, me rebasabas, me transformabas.
Aunque no me enorgullece del todo lo que veo cada mañana, lo sé,
hoy soy gracias a ti, a pesar de ti,
a pesar de la primera gran batalla de mi boca muerta
y tus dedos gélidos, delgados, sin fuerza.
Y no hace falta que te lo cuente sentada en mis piernas,
como viejo en su sillón frente al radio apagado,
-no nace falta-, y aunque mi memoria es mala,
todo lo tengo en resguardo. Todo.
De repente, y cuando la ocasión lo amerita,
después de sudar el alcohol por la vista
saco del costal de algodón cada uno de esos instantes,
los froto suave con mi pañuelo, el más viejo de todos.
Uno por uno, uno por uno, lento y en espiral.
Me iluminan siempre aunque se oculten,
y comienzan a aparecer, reaparecer.
Y yo: las recupero, las revivo,
las remato y las resguardo una vez más.
Al despertar, por la mañana y con la cabeza a explotar
Apenas ni abro los ojos, ni los quiero abrir,
me concentro y ahí estoy yo, tú.
La sensación de ti, de mí,
en la lengua y en mi respirar.
Sabor a ti, sabor a mí.
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