La Gaveta

Posted by Ricardo Robles | Posted in | Posted on jueves, junio 10, 2010

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Salir adelante



Mi abuelito sí salió adelante. Se enamoró de mi Chita y se fueron del rancho. Mi abuelita Chita dejó de ir a la Basílica hace mucho, yo estaba en primero, sus rodillas ya no le ayudaban, y no podía ir a rezar tan lejos. Mi abuelito Trini luego de su ataque ya no hablaba, dice mi Chita que cuando se acordaba de su tierra cantaba unos corridos de la sierra (unos que ya nadie se sabe).

Arturo dejó la moto del tejuino porque el señor que se la prestaba le hacía la chingadera de cobrarle más cada vez aunque siempre vendía toda la nieve y el tejuino. Cuando iba a vender a mi escuela a mí me daba un diablito de a gratis, pero no tenía que decirle a nadie. Una vez se lo regalé a Jocelin, yo no le había chupado ni nada, pero no le importó y luego se juntó mejor con las otras niñas y me dejó de hablar. Ya le había puesto una sombrillota de todos los colores, pero ya la guardó en el patio y le dije que un día que vayamos a la playa la podíamos poner si no nos queríamos brocear tanto.

Yo ya sé que uno necesita trabajar bien mucho para salir adelante y terminar la secundaria, pero no sé por qué tengo que ir a la escuela si lo que yo quiero ser de grande es poner una estética. Yo quiero ser de cultura de belleza. Cuando yo sea grande no voy a dejar que mi mamá vaya a trabajar, ella se va a quedar en la casa a descansar, y cuando vaya a mi estética no le voy a cobrar por sus uñas ni por los rayitos. Mi Chita no fue a la escuela y mi abuelito tampoco, a mí sólo me gusta la clase de computación, porque nos metemos a internet.

Kevin es el niño más bonito y lindo del mundo tiene un celular y quiere ser policía, mi abuelito era policía, pero él quiere ser de los estatales y manejar su camioneta bien recio cuando haya ladrones. En la kermés pasada nos casamos, pero al rato ya se había casado con Daniela y yo le dije que yo no podía seguir así, que me dijera en qué estaba pensando, qué por qué me había hecho eso. Yo sé que nomás nos casamos de la kermés pero de todas maneras eso no está bien.

Mi mamá dice que mi abuelito ya no entiende, pero yo digo que sí entiende, si le dices fuerte y despacito.

Los sábados hay bien muchos carros en la cuadra, yo se los cuido y Arturo también. La otra vez un señor uno de una Lobo me dio cincuenta pesos y me quería dar otros cincuenta si me daba una vuelta en su Lobo. Casi me daba una vuelta y cuando me estaba subiendo Arturo le corrió y se agarró a los chingadazos con el señor. Yo le decía que no, que no había hecho nada malo. Se subió a la camioneta el señor, se le puso enfrente y lo machucó. Fuimos a la cruz verde en la camioneta de mi papá y de ahí se lo llevaron al hospital y nos quedamos toda una semana. La maestra Claudia me reprobó y ya no estoy con mis amigas, ya nomás las veo en el recreo y a la salida. Mi mamá me dijo que no hiciera esas chingaderas porque luego nos van a quitar la ayuda de Oportunidades y no vamos a ir a la plaza, y que no me va a comprar burbujas ni nieve.

“¡Arturo! ¿Porqué no le prestas tu sombrilla a mi Chita para que no le pegue el sol ni a mi abuelito?. Mañana es domingo y a ellos les toca ponerse en la plaza.”
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El Peatón Chronicles

Posted by Ricardo Robles | Posted in | Posted on jueves, junio 10, 2010

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Chronicle #16 (Harmonipan Frati cC´SCHOENHAUSER ALLEE 73 Berlin y mi Ignorancia Musical)



Hora de llegada: Unas horas después del amanecer
Traslado: 5 horas
Ubicación: La Capital
Pretexto: Vuelven 10 años después.
Presupuesto: Muy poco

Esa vez pisé por primera vez en la vida tierras aztecas. Mi emoción era tan grande que casi ni hago alborote por la gran cantidad de la mierda humana –sin alusiones a ninguna otra cosa, me refiero explícitamente a eso: heces fecales– que entre restos de vómito y salpicadas de orina ambientaban mi primer recorrido por las callejuelas de la colonia Olímpica. La mañana de aquel día soleado daba terminación mi espera esperanzada de llevar mis converse a los ardientes pavimentos de de la Ciudad de México y la inminente caída de mis imágenes a blanco y negro de la gran Ciudad de México que he recogido de las películas de Pedro Infante y Cantinflas que me gusta ver con la tía Ana -no cuenta Hombre en Llamas.

Cuando los nómadas capitalinos nos cuentan (a nosotros los de provincia) de la tierra que los vio crecer –o a veces ya de perdida nacer– pareciera que el ahínco está en engrandecer lo grande de aquello y empequeñecer lo que consideramos grande de nuestras tierras. Mi cabeza para cuando llegué ya estaba rellena de de lo que los medios nos comparten a la distancia: que López Obrador, que los maestros, que la pista de hielo, que la delincuencia organizada; de los cuentos que los chilangos allegados míos, me habían contado: que los verdaderos tacos de suadero, que Iztapalacra y Atizapunk, que los embotellamientos o el metro de a de veras; y de las imágenes que yo me había creado por mera imaginería: ríos de personas, de coches, burócratas, vendedores ambulantes, ratas (roedores y homínidos), etc. Yo sólo tenía un par de horas para ver todo lo que pudiera y todo lo que alcancé a vivenciar fue el Zócalo, unas estaciones del metro, cuatro microbuses, y el Foro Sol: ni Teotihuacán, ni Museo de Antropología e Historia, ni Bellas Artes, ni Xochimilco, ni CU, ni bibliotecas, ni macro plazas comerciales, ni chorizo de colores.

Casi la mitad de mi tiempo de expedición se fue en traslados, y más de la mitad del resto en fotografiar imaginaria y digitalmente esos pocos escenarios en los que pude estar. Saliendo de catedral pude dar oídos a un aire distinto al que rodeaba ese inmenso recinto al entrar. ¿Un sonido europeo, circense? No. Se saboreaba mexicano… ranchero. Se sentía como un ambiente de película de Viruta y Capulina. Ojeé en todas direcciones y ahí detrás de la reja, entre los transeuntes dominicales estaba ese hombre que dando vueltas a una manivela de un mecanismo mágico producía (¿reproducía?) una pieza musical de unos cincuenta años de antigüedad – quizá más. Saqué veloz, a la Clint Eastwood, mi Cybershot calibre .38 y videograbé unos segundos de esos momentos de ambientación de antaño. Llevaba bordado en la espalda de la camisa: UM Organilleros de México 101. El musicalizador del mediodía se escabullía de mi lente y en un primer momento se esmeró en darme siempre la espalda confirmando de vez en vez mi ubicación, por eso es que pude tomar nota fotográfica del bordado en su camisa.

Preguntas: ¿El organillo o cilindro es verdaderamente un instrumento musical? ¿Puede alguien graduarse de la escuela de música como Cilindrero/Organillero? Solo hay que darle vuelta al manubrio y tener la fuerza suficiente para cargar ese cajón de un solo pie. ¿Italiano? ¿Alemán? ¿De origen-tradición o sólo fabricación? ¿Porqué solo escuché una melodía? ¿Cómo se cambia de melodía, se cambia el mecanismo entero? ¿Es acaso tipo de cajita de música con esteroides? ¡Qué ignorancia la mía!

Quién mejor que un jornalero del centro histórico para detectar turistas y camarógrafos que buscaran llevarse la foto sin dejar la respectiva propina. Entendí el mensaje a los varios intentos de sacar una buena fotografía mientras hacía como que la virgen me hablaba, y cuando me había dado por vencido, el Organillero dejó ir la manivela para hacerme la seña pidiéndome que me acercara para, ahora sí, tomar bien la foto. Le agradecí y me fui satisfecho. Ver y escuchar toda la escena me regaló, por unos minutos, la Ciudad de México que conocía, de lejos y en blanco y negro, la que más me gustaba.

Otras cosas que me hicieron feliz:
Taxis Volkswagen verde, una conversación con un taxista, los vendedores del metro, policías con uniforme caqui, dos manifestantes en huelga de hambre, el asta bandera gigantesca, los órganos tubulares de catedral, un concierto para 55 mil espectadores y la voz chilanga en todas partes.

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